lunes, 15 de febrero de 2016

Hablemos de Amor: cambiar cada cinco años, estabilidad, familia, resistencia a las frustraciones, las posibilidades del single

    En estos días en que se celebra la fiesta de San Valentín me planteo ciertas cuestiones que nos están rondando como buitres abusadores de las térmicas. La soledad, el cambio de pareja, la familia, la estabilidad, la necesidad… Me adentro someramente en todos estos vericuetos emocionales para aportar mi conocimiento y elaborar mi opinión.

   Hace unos días leí en una entrevista al Psicólogo Rafael Santandreu asegurar que para ser feliz hay que cambiar de pareja cada cinco años. Se basa en la estadística actual que nos indica que el 50% de las parejas no superan los diez años y que de las que se mantienen el 30% asegura no ser feliz.

Resultado de imagen de enamoramiento con frases    Claro, visto así, es evidente que podríamos generalizar e instar al personal a buscar nuevos horizontes a partir de quinto año, pues es por esas fechas donde el enamoramiento como curva hormonal y emocional empieza a decaer al pasarse la fase de enamoramiento y entrar en una cada vez más aplastante de rutina.

    Sin embargo, la pareja puede ser mucho más que una curva que sube y que baja en una estadística y cuando ocurre es maravilloso. Lo bueno es que podemos trabajar para que ocurra. Es cuestión de ir sustituyendo el cóctel químico de los primeros momentos por una gran amistad, por gustos comunes o conciliables, una buena sexualidad, un gran respeto, un compromiso por el bienestar del otro que nos lleve a motivarlo alegrándonos de sus logros y acompañándolo en sus fracasos, un abuso de la complicidad en sus formas más divertidas y una consciencia de los beneficios de la especialización de tareas, “yo plancho estupendamente y tus paellas son las mejores del mundo mundial”.

    La cuestión era más frustrante cuando no existe este tipo de relación de igual a igual entre marido y mujer, de forma que la mujer pertenece al hogar del hombre como un enser más. En estos momentos muchas parejas se separan porque la mujer es independiente económicamente y además el divorcio ha dejado de estar mal visto socialmente. Muchos serán los casos en que estos señores no se hayan adaptado a las nuevas circunstancias de la sociedad, otros en que la convivencia sea insoportable y sobre todo que los integrantes de la pareja no hayan conseguido sustituir el cóctel químico del enamoramiento por los cimientos de la relación estable  de la que hablábamos antes.

    ¿Pero dónde quedan otros aspectos humanos de gran importancia? Me refiero a los hijos y a la estabilidad emocional para desarrollarse en otros aspectos del ser humano. Es evidente que la persona no sólo vive de amor, de hecho es una barbaridad el uso del lenguaje en extremo dramático para hablar de él. Tenemos literatura, canciones, refranes y frases extremas extraídas de ella en los que decimos en diferentes versiones “sin ti me muero”. Esta radicalidad nos lleva a pensar que la soledad es perniciosa, cuando es muy recomendable y hay grandes ejemplos de personas que hacen grandes cosas por ellos y por los demás sin tener pareja. Se puede vivir solo, porque además la soledad tampoco es radical, somos seres sociales y estamos rodeados de compañeros de trabajo, amigos, familia, vecinos, ONGs con “necesidades de mano de obra gratis”. La soledad es muy relajante,  motor de creación e introspección, la cuestión es no ir de víctima por esta vida, que por otra parte es una forma de desperdiciarla. Un “single” no es una tragedia es un ser con grandes actitudes y posibilidades, no es una discapacidad anulante, muchos son felices viviendo así y todos tienen la posibilidad de viajar a su antojo, de organizar sus asuntos a su antojo, de tener amigos a su antojo, de aprender, crear… una ruptura es una adversidad pequeña.

    Los hijos necesitan una familia estable, aunque es mejor una familia reconstruida que una familia tóxica, sin lugar a dudas. Lo que ocurre es que si cada cinco años rompemos la familia y organizamos otras, estamos llevando a los hijos de un núcleo a otro, con el que no deben tener grandes lazos porque no durará. Tendrán hermanos de otros padres cada cinco años, luego cortarán la convivencia con ellos y conocerán otros, con los que tendrán mejor o peor convivencia y todo esto puede se maravillosos o una catástrofe, depende del nivel de adaptación de cada uno de los miembros a situaciones nuevas. En mi opinión es una situación de riesgo aunque haya familias, mayormente, matriarcados que consigan desarrollarse en plenitud a través de estas vivencias.



   La estabilidad puede ser muy beneficiosa para la evolución de los integrantes de la pareja y sus descendientes, porque nos permite salirnos del yo-yo emocional que suponen las relaciones nuevas y sus decadencias. Como decíamos, el ser humano no sólo vive de enamoramientos y la confianza en un ecosistema estable y motivador  puede ser muy buena base para centrarnos en una carrera laboral, creativa, social, de aprendizaje… Y además este estado sereno puede encontrarse tanto en pareja como solo, lo que no puede ser bueno es estar eternamente dependiendo de las descargas de endorfinas que se producen en el enamoramiento, consumiéndolas o deseando consumirlas. Algunos psicólogos declaran que esta dependencia de enajenaciones emocionales que son los enamoramientos), viene directamente de nuestra baja capacidad a las frustraciones y del deseo de tener el cuento de hadas completo, marido-mujer, hijos, trabajo, coches-perfectos. Cuando lo que de verdad da el mayor número de momentos de felicidad es aceptar la vida como venga y disfrutar con la mochila que se lleve.

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