lunes, 27 de octubre de 2014

“Los Bienes de Este Mundo” de Irène Nemiroski

   Hemos acometido una historia de amor rompedora, dulce y triste a la vez,  aprovechada para mostrar la sociedad conservadora del primer cuarto del siglo XX y el desmoronamiento de los valores burgueses ante la constatación de que los “bienes del mundo” que perduran no están irremediablemente unidos al dinero.

    Esta obra es la hermana mayor, por edad, no por enjundia, de “Suite Francesa”, la novela inacabada de la escritora francesa, gaseada en Auschwitz,  nacida en Kiev de familia judía y en vano convertida al catolicismo.

    La trama principal es la historia de dos jóvenes enamorados desde pequeños pero que no estaban destinados al matrimonio pues sus familias habían concertado una unión de conveniencia para la posición social que debían mantener.

    Los amanten subvierten el estatus quo, recibiendo su merecido repudio del ambiente familiar. Pero eran tiempos convulsos y Pierre el protagonista debió luchar en la gran Guerra mereciendo el perdón del patriarca.

    Sin embargo, la vorágine de la época impediría la restitución del equilibrio inicial, los problemas económicos obligaban a alianzas económicas, pérdidas de poder, la vida y las guerras fulminan definitivamente la estructura burguesa de provincias, poniendo a mujeres elitistas en situaciones de éxodos y necesidad, así como a hombres potentados a los pies de mujeres con liquidez.

    Estos devenires sociales y económicos dinamitan para siempre jamás una escala de valores de la que los “bienes de este mundo” son estandarte. Y que resultan ser tan falsamente estables como la situación política en la vieja Europa. La autora fotografía con maestría el estado de perplejidad en que queda esta parte de la sociedad que se creía a salvo.

    Irène Nemiroski escribió sobre sus vivencias, esta obra es de las que salen del dolor y la constatación en propia piel, debió hacer una andamiaje y arrojar todas las sensaciones que ella misma apreciaba en tan duros momentos, con una escritura inconsciente, trasparente, fluida, delicada,  aunque profundamente estructurada gracias a la formación de la autora. No hay un espacio para la documentación. Este mismo tema le preocupaba tanto y con tanta razón que lo repitió en Suite Francesa, la incoherencia y el inmovilismo de la burguesía francesa, más preocupada por “los bienes del Mundo” que del único bien del mundo, la vida.

    Los personajes de la obra son estereotipos: los enamorados díscolos, el abuelo intolerante, la mujer despreciada y poderosa, el marido tarambana y mujeriego, el suicida por cuitas de amor, la señora que pelea por la reputación de su hija, personajes humanos y verdaderos que arrastran su coherencia de carácter a través de los hechos bélicos de la primera mitad del siglo XX, de una realidad espeluznante.

    Hay varios momentos dignos de mención en la obra, cuando el matrimonio Pierre y Agnes hablan sobre la amante de su hijo que lo traiciona y él le pregunta si ella hubiera hecho algo así y ella responde: —No, yo temía a Dios.

    O cuando Pierre reflexiona y dice que ninguna persona debería pasar dos veces por una guerra.

Ana E.Venenegas



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